La palabra es la única verdad y nos llama a permanecer unidos en el amor de Cristo, no en el amor humano que se agota, sino en el amor que permanece para siempre.

El Señor nos invitó a “vestirnos” de misericordia, benignidad, humildad, mansedumbre y paciencia:

Colosenses 3:12 (RVR1960): “Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia.”

Estas virtudes brotan desde adentro porque Cristo vive en nosotros. Nuestro modelo es Jesús, como está escrito en Mateo 11:29 (RVR1960):
“Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas.”

También recordamos una llave espiritual: Dios resiste a los soberbios y da gracia a los humildes. Por eso debemos someternos a Dios, resistir al diablo y él huirá; acercarnos a Dios y Él se acercará:

Santiago 4:6-8 (RVR1960): “Pero él da mayor gracia. Por esto dice: Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes. Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros. Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros. Pecadores, limpiad las manos; y vosotros de doble ánimo, purificad vuestros corazones.”

Esta humildad se expresa en la vida diaria y en la sujeción a la autoridad delegada:

1 Pedro 5:5 (RVR1960): “Igualmente, jóvenes, estad sujetos a los ancianos; y todos, sumetáos unos a otros, revestidos de humildad; porque Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes.”

Hebreos 13:17 (RVR1960):“Obedeced a vuestros pastores, y sujetaos a ellos; porque ellos velan por vuestras almas, como quienes han de dar cuenta; para que lo hagan con alegría, y no quejándose, porque esto no os es provechoso.”

No se trata de obedecer a hombres, sino de honrar la autoridad de Dios en ellos para nuestro cuidado y crecimiento. No es debilidad; es elegir depender del Señor antes que de nuestro propio criterio. Dejamos la rigidez, el orgullo y la autosuficiencia para vivir bajo su autoridad y su amor, caminando en unidad, vistiéndonos de Cristo y viviendo la gracia que exalta al humilde.