Cristo vendrá por segunda vez a buscar a su Iglesia. Jesús mismo dijo:

Juan 14:3 (RVR1960): “Y si me fuere y os preparo lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis.”

La Palabra afirma que en un abrir y cerrar de ojos sonará la trompeta y los creyentes seremos arrebatados para encontrarnos con el Señor:

1 Tesalonicenses 4:16-17 (RVR1960): “Porque el Señor mismo descenderá del cielo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros, los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor.”

La novia de Cristo no son los que simplemente lo mencionan, sino aquellos que han entregado su vida a Jesús y están siendo transformados día a día. La salvación no termina con confesar a Cristo; es un proceso de cambio, morir a la carne y vivir en santidad. Dios nos llama a dejar atrás el pecado y avanzar en la transformación, porque sin santidad nadie lo verá. Nuestro cuerpo un día quedará en la tierra, pero nuestra alma y espíritu tienen un destino eterno: cielo o infierno, y la única puerta es Jesucristo, el mediador entre Dios y los hombres.

La Biblia también advierte sobre tiempos difíciles, persecución y la manifestación del anticristo. El enemigo intentará engañar al mundo con mentiras, pero la Iglesia debe permanecer firme. En medio de las crisis que sacuden al mundo, Dios nos recuerda que no caminamos por vista, sino por fe.

La esperanza gloriosa del creyente es clara: ser arrebatados para estar en las bodas del Cordero:

Apocalipsis 19:7 (RVR1960): “Gocémonos y alegrémonos, y démosle gloria; porque han llegado las bodas del Cordero, y su esposa se ha preparado.”

Allí celebraremos la victoria final, alabando al Señor con toda la multitud de redimidos. Estaremos vestidos de lino fino, que son las acciones justas de los santos, no por mérito propio, sino por la gracia de Jesucristo. La salvación es personal, y la invitación a la boda celestial está reservada para quienes tienen su nombre escrito en el libro de la vida.

Esta boda será eterna, sin divorcio ni final, ya que Cristo pagó el precio con su sangre y ahora nos espera. El llamado es urgente: debemos vivir en santidad, velar y estar listos para ese encuentro glorioso.

La pregunta es: ¿estamos preparados para recibir al Novio?