No estamos en esta ciudad por casualidad; somos canales de bendición y debemos orar por la nación donde vivimos. Aunque Israel estuvo cautivo en Babilonia, el Señor mandó: “Procurad la paz de la ciudad a la cual os hice transportar, porque en su paz tendréis vosotros paz” (Jeremías 29:7), porque cuando la ciudad tiene paz, nosotros también tenemos paz. Además, Él tiene planes de bien y de esperanza para su pueblo: “Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis” (Jeremías 29:11).

Como hijos de Dios, tenemos siete grandes razones por las que debemos interceder:

  1. Por la nación y la ciudad, para que se establezca paz, estabilidad y bendición donde Dios nos plantó.

  2. Por la Iglesia, sus líderes y el discipulado, para que sirvan con integridad y sean un ejército activo y ganador de almas.

  3. Por la educación, para que se levanten maestros con valores y vocación, y se acompañe a las familias.

  4. Por los espectáculos públicos, para que se cierren puertas a contenidos de tinieblas e impulse una cultura sana.

  5. Por los medios de comunicación y redes, para que sean limpiadas y usadas para edificar.

  6. Por las fuentes de trabajo y la economía, con empresas sólidas, empleo digno y disminución de la delincuencia.

  7. Por los gobernantes y autoridades, para que reciban sabiduría y tomen buenas decisiones para el bien común.

Clamando por Chile y las naciones que representamos, sabemos que la corrupción derriba naciones, pero los dirigentes honrados dan estabilidad: “Los transgresores serán abatidos, pero los que esperan en Jehová heredarán la tierra” (Proverbios 28:2). Levantamos un altar de oración porque cuando la nación es bendecida, también lo es la Iglesia y nuestras familias.