El perdón no es una opción, es un mandato divino y debe convertirse en nuestro estilo de vida. La Palabra nos enseña que perdonar es liberar, es soltar una deuda emocional o espiritual:

Colosenses 3:13 (RVR60):“Soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros.”

Perdonar no es negar el dolor ni ignorar la ofensa; es un acto de gracia que refleja el carácter mismo de Dios.

La falta de perdón genera división, aislamiento y abre puertas a la ansiedad, la amargura y el juicio. Como enseñan los evangelios de Marcos y Mateo, no podemos presentarnos delante de Dios si no hemos perdonado, pues el perdón que recibimos está directamente relacionado con lo que ofrecemos.

Marcos 11:25 (RVR60): “Y cuando estéis orando, perdonad, si tenéis algo contra alguno, para que también vuestro Padre que está en los cielos os perdone a vosotros vuestras ofensas.”

Mateo 6:14–15 (RVR60):“Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas.”

Perdonar no significa olvidar, justificar o minimizar lo ocurrido, sino soltar para sanar, incluso cuando cuesta. Dios no comparte su lugar como juez, pero sí nos invita a participar de su atributo de misericordia:

Proverbios 17:9 (RVR60): “El que cubre la falta busca amistad; Mas el que la divulga, aparta al amigo íntimo.”

Jesús enseñó a perdonar “70 veces 7”, mostrando que el perdón es continuo:

Mateo 18:21–22 (RVR60):“Entonces se le acercó Pedro y le dijo: Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete?
Jesús le dijo: No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete.”