Dios tiene una vida plena y abundante para Su pueblo, pero muchas veces no la experimentamos. Esta mañana, nuestra profeta Mackarena nos enseñó que una de las razones es porque el enemigo sigue usando una de sus trampas más antiguas: la ofensa.

En griego, la palabra “ofensa” proviene de skándalon, que significa tropiezo o trampa colocada en el camino.

La Escritura dice:

Juan 10:10 (RVR60) “El ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia.”

Entonces, debemos preguntarnos: ¿Qué ha puesto satanás en nuestro camino que nos está robando el gozo y la plenitud prometida?

La raíz de la ofensa

Desde el Edén, cuando el pecado entró en la humanidad, se perdió la comunión perfecta con Dios. Pasamos de vivir por el Espíritu a vivir por los sentidos naturales, y en ese olvido nace la ofensa. Nos enojamos y nos decepcionamos cuando no recibimos lo que esperamos, porque nuestra mirada deja de estar en Cristo y se enfoca en lo terrenal.

Pero aquel que sabe quién es en Cristo, se mueve y camina como Cristo, y eso glorifica al Padre.

Por eso la Palabra nos ordena:

Proverbios 4:23 (RVR60): “Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; Porque de él mana la vida.”

Dios quiere gobernar nuestro corazón, pero no puede hacerlo si está lleno de heridas, orgullo o amargura. Por eso, la confrontación con la Palabra es necesaria: para consolar, liberar y transformar. El Espíritu Santo es quien sana el alma herida y nos forma a la estatura de Cristo.

El llamado al perdón

Jesús mismo nos advirtió:

Lucas 17:1 (RVR60): “Dijo Jesús a sus discípulos: Imposible es que no vengan tropiezos; mas ¡ay de aquel por quien vienen!”

Los tropiezos vendrán, pero la respuesta del creyente debe ser el perdón. Perdonar no es debilidad: es madurez, es evidencia de una fe viva. El que tiene fe para perdonar, también tiene fe para ser perdonado.

Vivir como hijos de Dios

Hoy el Señor nos llama a despertar del letargo espiritual, a recobrar la memoria y vivir conforme a la verdad: no por lo que sentimos, sino por quién habita en nosotros.

Juan 1:12 (RVR60)
“Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios.”

Y como hijos, estamos llamados a encarnar Su carácter, a no vivir como los hombres, sino como el cuerpo de Cristo.