Así como en lo natural somos primero niños, luego jóvenes y más tarde adultos, en la fe también vivimos etapas que revelan nuestro nivel de madurez espiritual:
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Hijitos: Son quienes han nacido de nuevo, donde sus pecados han sido perdonados y comienzan a conocer al Padre. Viven una etapa de dependencia, guiados por otros en lo básico de la fe.
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Jóvenes: Son creyentes fuertes, que han aprendido a resistir las tentaciones y a vencer al maligno por medio de la palabra que vive en ellos. Esta etapa representa fuerza, lucha y convicción.
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Padres: Reflejan madurez, conocen profundamente a Cristo y tienen sabiduría para guiar a otros. Han sido formados en el carácter de Jesús y ahora forman discípulos, ayudando a otros a crecer.
No basta con creer: Dios nos llama a madurar. Y aunque los dones son valiosos, no son señal de madurez, sino nuestra capacidad para administrarlos con amor, edificación y humildad.
Efesios 4:13 (RVR1960): “Hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo.”
Porque la madurez no es un destino… es una transformación continua.
