El ayuno no es solo una práctica religiosa, sino una decisión voluntaria por la cual declaramos con nuestro cuerpo que deseamos más de la presencia de Dios. Como dijo Jesús:

Mateo 17:21 (RVR1960) “Pero este género no sale sino con oración y ayuno.”

Si hay algo que queremos que cambie en nuestra vida, debemos preguntarnos: ¿estamos dispuestos a morir a la carne para que el espíritu sea fortalecido?

Necesitamos crear una cultura de ayuno en nuestros hogares, ya que no es exclusiva de pastores o líderes, sino para niños, jóvenes, adultos y ancianos; todos podemos practicarla. Jesús lo hizo, también Moisés, Esdras, Daniel, Pablo y Bernabé. Todos fueron fortalecidos, guiados y transformados a través de esta disciplina.

El ayuno tiene recompensas espirituales y físicas. Cuando ayunamos, rompemos cadenas de opresión, crecemos en autoridad y ganamos reputación, tanto en el cielo como en el infierno.

Hechos 10:30-31 (RVR1960): “Y Cornelio dijo: Hace cuatro días a esta hora estaba yo en ayunas hasta esta hora, y a la novena hora oraba en mi casa; y he aquí un varón se puso delante de mí, vestido de lino, y le dijo: Cornelio, tu oración ha sido oída, y tu limosna ha subido para memoria delante de Dios.”

2 Crónicas 20:3-4 (RVR1960): “Y Jehosafat tuvo miedo, y se volvió a Jehová, y proclamó ayuno en todo Judá. Y Judá se reunió para pedir ayuda a Jehová; vinieron de todas las ciudades de Judá para buscar a Jehová.”

En cada historia bíblica, el ayuno precede a una gran victoria o manifestación de Dios. Jesús mismo no ayunó para obtener poder, sino que, siendo lleno del Espíritu Santo, fue guiado al desierto, revelando su carácter, autoridad y comunión con el Padre; y a pesar de ser tentado por Satanás, permaneció firme.

Dios nos llama a sumarle ayuno a todo lo que hacemos: a nuestras oraciones, ofrendas y nuestra búsqueda, porque el ayuno es una llave que abre el cielo, rompe demoras y libera propósito.