Para Dios no hay nada imposible. A través del clamor de Bartimeo, recordamos que la fe inquebrantable es la llave que abre el cielo. A pesar de las voces que querían silenciarlo, él gritó más fuerte:
Marcos 10:47 (RVR1960): “Y oyendo que era Jesús nazareno, comenzó a dar voces y a decir: ¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí!”
Cuando Jesús le respondió:
Marcos 10:52 (RVR1960): “Y Jesús le dijo: Vete, tu fe te ha salvado. Y luego recibió su vista y siguió a Jesús por el camino.”
La enseñanza fue clara: los milagros no dependen de nuestras fuerzas, sino de una fe que no se rinde. Como Bartimeo, debemos perseverar aun cuando todo alrededor parece gritar lo contrario, porque la fe no se mueve por vista, sino por la certeza de que la Palabra de Dios se cumplirá.
También aprendimos de la viuda en 2 Reyes 4 (RVR1960) que con un poco de aceite y mucha fe, Dios multiplicó lo que parecía insignificante hasta darle abundancia. Esto nos recuerda que, aunque nuestros recursos sean limitados, el poder de Dios es ilimitado. Como la Palabra nos dice:
Mateo 7:8 (RVR1960): “Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá.”
El mensaje fue contundente: los límites los ponemos nosotros, no Dios. Él se glorifica en nuestras dificultades, multiplica lo poco y abre puertas donde parecía que todo estaba cerrado.
Hoy somos llamados a activar nuestra fe, a creer sin reservas y a caminar en la certeza de que nuestro Padre es especialista en lo imposible.
¡Atrévete a soñar en grande y confía, porque los milagros de Dios no tienen límites!
